Igual de indiscutible que las bondades del dulce de leche o la figura de Lionel Messi, para la mayoría de nosotros el tango se asocia a un “no sé qué” con una fuerte carga de seducción y erotismo. ¿Cómo arrancó esta relación? Equivocados o no, lo que aparece detrás son los devenires de la historia.

Curiosamente, aunque lleguen a nuestra memoria las voces de Carlos Gardel y Julio de Caro reproducidas en los círculos más selectos de Europa, el tango no nació en cuna de oro. Al contrario, si hay algo que acompañó al género durante sus inicios fueron las letras procaces y el “lujo” de la vulgaridad.

“La sexualidad siempre ha influido de diversas formas en la construcción de nuestra sociedad. Y en esta ecuación el tango no es la excepción, dado que su origen nos transporta hasta los lupanares y los arrabales portuarios del Río de la Plata. En aquel entonces, era una música con una impronta de prostíbulo y marginal porque su estética atentaba contra las creencias de etiqueta impuestas”, explica el profesor de Historia Jacinto Abregú.

La prueba de este pasado desvergonzado aparece en los nombres con chistes XXX, dobles sentidos o frases atrevidas que los autores le ponían a los temas.

“La mayoría de las canciones eran partituras para piano sin versos, pero el atrevimiento estaba en las ilustraciones de portada o las titulaciones. El baile (aún sin una técnica que los respalden) poseía un repudio idéntico al mostrar apretadas obscenas y movimientos demasiados cercanos”, detalla.

Metamorfosis

Con el influjo migratorio, el mestizaje cultural y el avance técnico orquestal, la cosa cambió entre 1930 y 1950.

De esa “época dorada” son muchos los hitos a rescatar, pero en este revisionismo lo que nos importan son las sombras. Más precisamente, aquellas relacionadas a la mujer y los mensajes recitados. “La carga simbólica del tango tenía mucho que ver con la visión de los compadritos, los guapos o los malevos, el elogio al coraje, la apuesta por el honor masculino y la figura femenina a modo de objeto sexual o pasional”, agrega la historiadora Mónica Ayelén Rizzotti.

También hay letras que referían a hechos testimoniales que les ocurrían a sus intérpretes en la vida non sancta. “En general, muchos temas aludían a desencuentros amorosos con mujeres ‘de la noche’, de las cuales se enamoraban de verdad. Después, hay obras dedicadas a los barrios de pertenencia y a los seres queridos o los amigos. No obstante, el grueso de las canciones viejas giran alrededor del desamor y de la nostalgia por lo perdido”, comenta el cantante Grillo Córdoba..

En el recuento de la playlist, esto se traduce a varios temas que naturalizaban la violencia de género (hoy chocantes; ayer solo parte de la estructura sociocultural vigente). Aparecen canciones como “La toalla mojada”, “Noche de Reyes”, “Dicen que dicen”, “A la luz del candil” (en el cual el protagonista asesina a su china por una infidelidad y se entrega a la Policía llevando en la maleta las trenzas de la víctima), “Biaba” y “Amablemente”.

“Creadas y cantadas por hombres, las antiguas letras de tango hacían referencias a ese machismo imperante. Con una connotación muy patriarcal donde la mujer era considerada de casquivana”, suma la cantante de tango Mariela Acotto.

Su aclaración es que esta actual relectura no implica la censura de “lo viejo” o un rotundo olvido desde la raíz.

“Lo verdaderamente importante, y que coloca al tango a la altura de los mejores géneros musicales del mundo, son las composiciones posteriores a esa iniciación, tanto en las letras como en la exquisitez musical”, enfatiza Córdoba.

Algunos títulos procaces

- “Afeitate el 7 que el 8 es fiesta”, de Antonio Lagomarsino: la expresión, basada en el lunfardo, se refiere al sexo anal y la “preparación previa” al encuentro.

- “Dame la lata”: este pedido alude a las fichas de latón con el número de turno que se le daba a quienes visitaban los burdeles (también llamados quilombos).

- “Date vuelta”, de Emilio Sassenus.

- “Al palo”, de Eduardo Bolter Bulterini: “estar al palo” implica tener una erección.

- “Qué polvo con tanto viento”, de Pedro Quijano.

- “Tocame la Carolina”, de Bernardino Terés: la doble interpretación aparece al ver su portada.

- “Empujá que se va a abrir”, de Vicente La Salvia: igual que la canción anterior, la ilustración de esta partitura mostraba la escena de un local de música y dos personas conversando. Él hombre afuera, y la mujer adentro dándole indicaciones. Al traducirlo a un lenguaje erótico alude a la penetración.

- “Metele bomba al Primus”, de José Arturo Severino: Primus era la marca de un hornillo de kerosén a presión, el cuál para que funcione debía ser bombeado. De nuevo, una referencia al sexo y los movimientos pélvicos que hacemos en la cama.

- “La c...ara de la l...una”, de Manuel Campoamor: esta interjección esconde un insulto o “mala palabra” que todavía muchos tucumanos utilizamos.

- “Dejalo morir adentro”, de José Di Clemente.